martes, 12 de marzo de 2013

Reintegraciones Cromáticas (IV)



A propósito de las reinterpretaciones en las ausencias de material original, en la recuperación de los revocos históricos de una fachada de finales del siglo XIX en el centro histórico de Santiago, Chile

Como si fuéramos músicos en un ensayo, lo que queremos conseguir debemos explicarlo con palabras que indican sensaciones o criterios de carácter subjetivo. Algo así como el tempo al que debiera interpretarse una determinada partitura.

Tempo, movimiento o aire, es una palabra italiana que literalmente significa «tiempo» y que hoy se mide en pulsaciones por minuto (ppm), pero que antiguamente se expresaba, de forma subjetivamente hermosa, en italiano. En función del tempo una misma obra musical tiene una duración más o menos larga. De forma parecida, cada figura musical (una negra o una blanca) no tiene una duración específica y fija en segundos, sino que depende del tempo.

En Europa desde aproximadamente el siglo XVII, los compositores dejaban escritas en las partituras indicaciones sobre la velocidad a la que querían que se interpretara su música. Estas indicaciones han sido de varios tipos según los momentos y las tradiciones musicales. Hasta la invención del metrónomo (Johann Maelzel, 1815)  lo habitual era utilizar unas palabras, habitualmente adjetivos, que describían la velocidad de la pieza musical que a la vez aportaban información también sobre el carácter o la expresión que había que dar a la música. Así por ejemplo, andante (caminante en italiano) da una determinada sensación de movimiento, sin embargo allegro es indicativo de velocidad pero sobre todo de carácter.

Estas indicaciones eran casi siempre en italiano durante los siglos XVII y el XVIII, con independencia de la nacionalidad del autor y el lugar donde se produjera esta música. Su uso se generalizó progresivamente en toda Europa a lo largo del siglo XVIII, en especial el de las palabras más habituales (adagio, andante, allegro y presto).
Esa forma de expresión me gusta en la medida en que no supone una verdad absoluta sobre nada y permite que los restauradores aporten también su pulso y su carácter a la interpretación o reinterpretación de la obra de arte. En el caso que nos ocupa, Andrea Castro Uribe.

Luis Cercós, para Moguerza Constructora SpA
Santiago, Chile