sábado, 30 de octubre de 2010

Freedom



He escrito en inglés el título de esta entrada porque esa misma palabra, en mi lengua materna, el español, está últimamente bastante manipulada. O a mí, al menos, me lo parece así. En inglés posiblemente también, pero como no soy bilingüe, yo lo noto menos. Veamos pues.

En esencia, la libertad es el estado o la condición de quien no es esclavo o de quien no está preso. Ocurre que en ocasiones, la libertad sólo puede manifestarse de manera opuesta: aceptando la prisión.

Le pasó, como decíamos ayer, a Marcelino Camacho, quien se pasó la mayor parte de los últimos años del franquismo, entre rejas. Al régimen le habría encantado tenerle más tiempo en libertad, muestra inequívoca de que el sindicalista permanecía callado. La libertad la ejerció el recluido eligiendo la prisión de Carabanchel en lugar de elegir, pongamos por caso, llevar a los niños al colegio.


La libertad de Aung San Suu Kyi la ejerce desde su residencia, impedida como está para salir de ella, mientras que la Junta de Gobierno de Birmania gustaría de facilitarle el exilio hacia otro lugar donde pudiera, por ejemplo, volver a caminar por la orilla del mar.
La facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o incluso de no obrar, indica mucha más libertad que el acto de acudir cada cuatro años a votar unas listas cerradas en las que los supuestos ciudadanos no han tenido ninguna opción de opinar.

La posibilidad de acceso a una educación y una sanidad universal implica disfrutar de más libertad que el hecho de vivir en un país, falsamente democrático, en el que sus nacionales o sus residentes (legales o alégales) solo accedan a ellos a través de sus cuentas bancarias.


La posibilidad de acceso a una hipoteca no garantiza el disfrute del derecho a la vivienda, de la misma manera que el pago de la cuota de ingreso no es suficiente para que los miembros del club te consideren, no un advenedizo, sino uno de los suyos.


La libertad no se ejerce pagando recibos, impuestos y multas, sino ejerciendo la opción de recurso.


La libertad no se debate en los parlamentos sino en los barrios más humildes de las ciudades, allí donde es prácticamente imposible que alguien nacido en un chamizo de cartón, pueda llegar a ser, no digo dueño, sino simplemente protagonista, secundario o no, de sus propios sueños.


No, la libertad no consiste en poder gastarse 3000 euros en acudir (sí, ya sé, billetes de avión incluidos) cada año al partido final de la Liga de Campeones (que por cierto, puedes ver siempre en televisión) sino más bien en poder repetir 3000 veces y cada vez más alto, como decía aquella canción:


No, Nosaltres no som d’eixe món.


Luis Cercós (LC-Architects) http://www.lc-architects.com/

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